El londinense Christopher Lane es una personalidad del campo de las ciencias humanas en los Estados Unidos. Profesor de literatura en la Universidad Northwestern de Chicago, especializado en la historia intelectual en los siglos XIX y XX, sacude a menudo el conformismo universitario. Esta vez ha investigado por el lado de los laboratorios farmacéuticos, de las agencias de publicidad y de la administración para explicar cómo la sociedad inventa enfermedades para vender medicamentos. Resultado: su brillante ensayo sobre la manera según la cual el introvertido ha sido recalificado en psicótico (…) se ha instalado entre las mejores ventas durante nueve meses en 2007.En esta investigación que aparece estos días en (la editorial) Flammarion, cuenta cómo las comisiones, tras sus puertas cerradas, han conseguido transformar en seis años un rasgo de carácter —la timidez—en patología, tras épicas batallas de diagnósticos. Pero Christopher Lane nos propone también reflexionar acerca de esta curiosa voluntad de cuidar (soigner) la angustia social (anxieté sociale) y también acerca de la idea misma de normalidad en nuestras sociedades asépticas.
Entrevista
L’Amateur d’idées: Usted explica muy bien cómo la ansiedad se ha convertido en una enfermedad. ¿Por qué ha sido así?
Christopher Lane: En primer lugar, porque la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) ha añadido en 1980 la “fobia social” a la lista de nuevas enfermedades mentales con síntomas como “el miedo a comer solo en un restaurante” o “el miedo a hablar en público”, lo que viene a ser exactamente la timidez. Las sociedades de comunicación y de publicidad han propagado después esta idea en los medios y los laboratorios farmacéuticos han intentado convencer al gran público de que era preciso hacer frente a una “epidmia de timidez”. Es así que, en 1993, la publicación Psychology Today ha calificado a la fobia social de “trastorno del decenio”. Mirando lo que ha pasado, me asombra ver cómo una tan pequeña prueba científica ha permitido crear una nueva enfermedad, permaneciendo a la vez impermeable a la verdadera tragedia que podía suponer sobre la gente.
En un segundo tiempo, se comprende que la APA quería suprimir la “neurosis de angustia” de su manual diagnóstico, porque el término de neurosis estaba demasiado connotado al psicoanálisis y no era aparentemente lo suficientemente científico para ella. Pero su propio modo de proceder entraña más de hipótesis que de ciencia. Después de haber decidido que la inquietud era un desorden mental, la APA se ha visto obligada a redefinir –de hecho, a reinventar- todos los aspectos de esta inquietud, incluso bajo sus formas relativamente ligeras, otorgándoles términos psiquiátricos.
De esta manera, por ejemplo, ha creado el desorden de pánico, el trastorno por ansiedad generalizada, y la fobia social. Resultando que millones de americanos, europeos y asiáticos han tomado medicamentos únicamente porque un comité se ha reunido hacia el final de los años setenta y algunos psiquiatras han logrado hacer adoptar sus hipótesis como nuevos trastornos mentales. He revisado su correspondencia, sus relaciones y a menudo sus debates y estoy obligado a constatar que su justificación es tan débil como inquietante.
L’ami: ¿Cómo ha sido percibida la timidez antes de nuestra época moderna? ¿Ha sido mal o bien vista?
C.L.: Durante los tres últimos decenios, la timidez ha sido percibida como una forma fuertemente fragilizante y causa de gran angustia y a menudo de abatimiento. En los siglos XIX y XX, en general, la timidez ha sido asimilada a la modestia, a la introspección, y era vista a menudo como un rasgo de carácter sin importancia, hasta positivo. Hoy, es cierto que la mitad de estas personas se definirían como tímidas. Es infinitamente banal ver a las personas definir su personalidad a partir de ese momento. Sin embargo, es interesante recordar que antes del siglo XVII, la palabra no se aplicaba más que a los animales (los caballos, por ejemplo, eran desconfiados), y que durante largo tiempo, incluso cuando se aplicaba a los hombres, no se utilizaba más que para describir grupos e incluso comunidades enteras juzgadas discretas o retiradas. De tal modo que la idea de que la timidez tiene una dimensión patológica en el individuo es, en efecto, muy reciente.
L’Ami: ¿Cuál ha sido la importancia de los laboratorios terapéuticos en este proceso?
C.L.: Las empresas farmacéuticas han comenzado a jugar un rol significativo desde el fin de los años 50 y comienzo de los años 60, cuando empezaron a lanzar antidepresivos y otros psicótropos para el consumo individual y no, como ocurría en el pasado, para los grandes hospitales psiquiátricos administrados por el estado. El Collegium Internationale Neuropsychopharmacologium (CINP) se constituyó en los años 50 y sus primeros congresos fueron organizados por las grandes casas de la industria farmacéutica como Roche, Sandoz y Rhone-Poulenc. En los Estados Unidos, desde 1997, las empresas farmacéuticas han concentrado sus enormes recursos financieros en el desarrollo de estos mercados de consumidores y han gastado para ello cerca de 2.370 millones de euros cada año en publicidad. La campaña para la timidez decía: “Y si usted fuera alérgico a la gente?” Para el Deroxat, el medicamento prescrito en esta campaña, le ha costado a GlaxoSmithKline 72,7 millones de euros en publicidad y promoción en el año 2000, o sea 3 millones de dólares más que lo que se gastó a favor del Viagra.
L’Ami: ¿Todos los psiquiatras americanos aceptan el Manual Diagnóstico de la APA?
C.L.: De hecho nadie lo acepta. La mayor parte de ellos constatan que el Manual Diagnóstico plantea más problemas que los que resuelve, que es poco fiable, contradictorio, y que apunta a enfermedades que no son tales. Pero dado que este Manual ha sido acreditado de tal autoridad por una gran número de reputados psiquiatras, que está reconocido por las compañías de seguros médicos, los tribunales, las prisiones, las escuelas y la mayor parte de los profesionales de la salud en los Estados Unidos, este desacuerdo es insignificante y no empaña en nada su prestigio. Recientemente, los medios americanos han empezado a interesarse por la historia de este Manual, su contenido y se han planteado preguntas al respecto. Pero tenemos aún mucho camino por hacer antes de que la APA acepte, por ejemplo, borrar docenas de enfermedades dudosas.
L’Ami: ¿Qué significa esto para nuestra sociedad moderna?
C.L.: Subraya sobre todo la potencia increíble que hemos concedido a organismos como la APA para decidir acerca del número de enfermedades psiquiátricas y de cómo deben ser tratadas. Esto se explica en gran parte en razón de los miles de millones de dólares gastados cada año por la industria farmacéutica en publicidad para hacer creer a los americanos y a los europeos que la solución a sus angustias o a sus problemas cotidianos se encuentra en la medicina, bajo la forma de píldoras. Miramos fuera de nosotros mismos para encontrar la solución a nuestros sufrimientos y a nuestras desgracias, a menudo porque es más simple creer que podemos encontrar un remedio químico antes que adoptar un cambio de vida. Pienso que esto ha cambiado profundamente nuestra comprensión de la normalidad. A causa de la APA, cada vez son menos las personas que pueden considerarse como normales sin tener necesidad de ayuda médica o psiquiátrica.
L’Ami: ¿Esta actitud representa un peligro para la sociedad?
C.L.: En los Estados Unidos, más de 67,5 millones de personas, o sea un cuarto de la población, ha seguido un tratamiento con antidepresivos. Es ahora solamente cuando empezamos a comprender los efectos secundarios de estas drogas a corto plazo, como el riesgo de ataque, de crisis cardíaca, de insuficiencia renal o de anomalías congénitas cuando el tratamiento se produce durante el embarazo. A largo plazo no disponemos aún de datos sobre diversas generaciones, simplemente porque no han sido estudiados todavía. Encuentro esto francamente alarmante. Las empresas farmacéuticas aumentan la investigación sobre sus productos, pero los fracasos nunca son comunicados, lo que da la impresión de que todas estas drogas son eficaces. En lugar de preocuparse por lo que ignoran de estas substancias, algunos psiquiatras influyentes en Estados Unidos continúan prescribiéndolos masivamente a los adolescentes y a los jóvenes enfermos, declarando incluso que bastante más gente lo deberían tomar. Publican en las grandes publicaciones psiquiátricas declaraciones que proclaman “Cerca de la mitad de los americanos cumplen los criterios de definición de un trastorno del DSM-IV”, lo que significa que la mitad de la población puede ser descrita como mentalmente enferma. Esto podría parecernos de ciencia ficción, pero expresa la realidad social actual. Los psiquiatras en cuestión no dicen nunca: “Mire, si nosotros consideramos la mitad del país como mentalmente enferma es tal vez que nuestro Manual de Diagnóstico es dudoso, nuestro pensamiento falso, nuestra investigación imperfecta y nuestros argumentos exagerados”. En lugar de esto, insisten para que la apatía, la compra compulsiva, el síndrome de alienación parental y el abuso de Internet sean inscritos en la próxima edición del Manual Diagnóstico en 2012.
Traducción: Juan del Pozo